
Hay algo que damos por descontado. No deja de ser lógico que, siendo los irlandeses los principales responsables de haber refundado el concepto de rock de estadios con aquel ya lejano Zoo TV (la gira presentación del esencial Achtung Baby!), sean otra vez ellos los encargados de correr los límites de este tipo de espectáculos siempre un paso hacia delante.
La lluvia hace una dramática aparición que retrasa el comienzo y hace temer por el destino final del vuelo. U2 sale a escena, con la voz de Bowie y su “Space Oddity” acompañando su cami
Bono, capitán de la nave, hace y deshace a gusto y placer. Maneja el escenario y a la gente con maestría. El breve diluvio previo parece tener un efecto motivador en la banda que empieza bien arriba, contagiando al público que se entrega, conducido por el hábil maestro de ceremonia, al éxtasis de imagen y sonido que tiene enfrente. En ese contexto el nombre elegido para denominar el imponente escenario, no puede ser más acertado.
La Garra, y sus cuatro tripulantes, atrapan y no sueltan al espectador hasta final del show. No hay respiro. El concepto 360º hace que tengamos la sensación que todo el tiempo está pasando algo. Bono y The Edge, ¡hasta Larry Mullen lo hace!, van y vienen, por las pasarelas y no hay detalle que escape al impecable trabajo de cámaras que se reproduce con fidelidad en la pantalla ubicada sobre la cabeza de los músicos. Por momentos, la cantidad de estímulos es abrumadora. Una ruidosa invitación a la desorientación.
Por suerte están las

Recién baja un cambio con “I still haven´t found what I’m looking for”. De la nada, completando la serie de referencias argentinas que arrancaron con el homenaje a Gustavo Cerati el miércoles, con la adopción de nombres de futbolistas argentinos, y siguieron con “De música ligera” en la previa de los shows de sábado y domingo, aparece León Gieco para homenajear a los caídos en Malvinas, entonando “Sólo le pido a Dios” con Bono haciéndole los coros. Se va León, suena “Pride (in the name of love) y todo se viene abajo. Uno de los puntos más altos de la noche.
Después, Mefisto, The Fly, Paul Hewson, o Bono, afirma que argentinos e irlandeses se parecen, que ambos se pelean con Dios y con los ingleses. Hace equilibrio en la cornisa de la demagogia. Hábil declarante, salva la situación diciendo que en fútbol somos mejores, pero que en el rugby nos patean el culo. La audiencia, claro está, le festeja la humorada. Termina el mini discurso pidiendo que cuando Coldplay, The Killers o Kings of lion vengan por estas tierras, no los olvidemos.
La conmovedora “Miss Sarajevo” es el inició de la recta final. Con “City of blinding lights”, la pantalla circular se extiende hacia abajo, se despliega y el Estadio Único se convierte, precisamente, en una ciudad de luces cegadoras, rendida a las caricias del slide de ese portentoso guitarrista que es The Edge. Pasan el uno, dos, tres, catorce (a volar todos viejo), “Sunday bloody Sunday” y llega el primer cierre con “Walk on”.
La banda no se hace desear e irrumpe nuevamente en escena, con la previa introducción del líder sudafricano Desmond Tutu, para tocar “One”. Suenan algunos acordes de “Mothers of the dissapear” que se van apagando para dejar lugar a la gloriosa introducción de The Edge y el galope marcial de Larry Mullen y Adam Clayton, que nos llevan a un lugar donde las calles no tienen nombre. Donde es imposible evitar saltar, cantar y emocionarse hasta que las lágrimas se escapan sin querer. Es el segundo cierre de la noche.
Los cuatro irlandeses vuelven una vez más para rockearla con “Hold me, trill me, kiss me, kill me”, para pedir que el público cubra todo con la violácea luz de sus teléfonos celulares hasta convertir todo en una vía láctea que le da el ambiente ideal a “With or without you”. El telón cae definitivamente con “Moment of surrender”.
El cuarteto emprende la retirada y esta vez la voz que lo acompaña, es la de Sir Elton John entonando “Rocket man”. Para cuando las luces del estadio se encienden, la nave ya no está, ya se fue. Aunque los ojos observan un ejército de plomos desarmando una enorme estructura de acero y plástico, la cabeza sabe bien que la nave partió hacia un nuevo destino. Sabe perfectamente que acaba de ser testigo del show de rock más grande que se pueda imaginar. Hasta que a U2 se le ocurra lo contrario…
